Durante el Renacimiento las actividades matemáticas lograron avances muy
importantes en el campo del álgebra, la trigonometría y la geometría.
Ya se utiliza un simbolismo rudimentario en álgebra, lo símbolos
indo-arábigos están suficientemente extendidos, las fracciones decimales se
desarrollan poco a poco y la teoría de las ecuaciones ha logrado comprender la
solución general de la cúbica y la bicuadrática.
Los números negativos se aceptan progresivamente y la trigonometría,
considerada ciencia independiente, dispone ya de tablas muy precisas para las
seis funciones. En cuanto a la geometría, se desarrollan nuevas orientaciones
en geometría descriptiva y proyectiva. Todos estos avances son ampliamente
difundidos de forma más normalizada gracias a la imprenta.
La aplicación de todos estos conocimientos a campos tan diversos como la
cartografía, el arte, la óptica o la contabilidad sirvió para relanzar las
matemáticas y darles un impulso de modernidad, con un sentido más crítico de
los modelos clásicos, intentando definir otros nuevos que los sustituyeran.
A esta etapa de la culminación del Renacimiento y comienzo de las
matemáticas modernas contribuyó de forma especial François Viète.
El álgebra hasta el siglo XVI era de tipo verbal, en realidad, el
álgebra todavía estaba en ese tiempo muy conectada con la geometría. La
incógnita de un problema era pensada como la longitud de un segmento de recta;
el cuadrado de la incógnita se refería al área de un cuadrado y su cubo, al
volumen de un cubo.
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